En nuestro paso por el Caribe de Panamá hemos tenido la posibilidad de ver cómo ponen sus huevos las tortugas marinas en Bocas del Toro. En este post os explicamos cómo vivimos esta maravillosa experiencia, que tiene lugar entre marzo y septiembre y permite observar el proceso de reproducción de dos especies de tortugas marinas: la tortuga baula y la tortuga carey.
Su gigantesca figura salió de las profundidades marinas para alcanzar la orilla de la interminable playa Bluff, en las movidas aguas de Bocas del Toro, en el Caribe panameño. Llegó allí donde las luces se han desvanecido, escondida entre las sombras de una noche lluviosa, proyectadas por el reflejo de una tímida luna creciente. Habían pasado décadas desde que esa playa la viera nacer, emergiendo de entre la suave arena para emprender una primera carrera a vida o muerte.
Su esencia la llevó hasta el mismo punto exacto donde nació para repetir una vez más el milagro de la vida. Fue avanzando lenta, pero decididamente. Su evidente rastro nos tenía que acabar llevando hasta ella. La estela de un ser de más de 400 kilos arrastrados por la arena no es fácil de disimular.
Debió de llegar confiada a ese pedazo de playa salvaje, aparentemente alejada de la civilización, del ruido y, especialmente, de la contaminación lumínica. La única luz que deben ver las crías cuando nacen es la del reflejo de la luna sobre la espuma que forma el mar al llegar a la playa. En caso contrario, podrían desorientarse y desviarse de su cursa en un error que muy probablemente acabaría siendo fatal.
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Eso lo saben perfectamente el centenar de tortugas Carey que previsiblemente anidarán ese año en playa Bluff. Así como los alrededor de 200 tortugas baula registradas, un animal que puede llegar a pesar hasta 500 kilos. Lo saben bien. Y por eso toman todas las precauciones posibles. Aunque cualquier precaución es poca para estos animales en peligro de extinción por causa de la mano humana.
Marta y yo caminamos en la oscuridad de la noche durante más de dos horas. Acompañados por nuestra guía y dos turistas más recorrimos un buen tramo de la interminable playa Bluff. En los últimos metros habíamos visto el rastro imprimido en la arena de varias tortugas carey y baula. No obstante, el tiempo se nos estaba terminando. Así que paramos para descansar un poco antes de devolvernos sin haber podido ver ninguna tortuga.
Siempre me llamó la atención la imagen de esos enormes seres poniendo los huevos en la arena, así como el momento en que los recién nacidos salen en tropel para alcanzar el mar. De manera que nos apuntamos en uno de los grupos que sale cada noche en esta época -entre marzo y septiembre- para probar suerte y poder ver este espectáculo de la naturaleza. Cuando ya pensábamos que nos íbamos a devolver sin verla, uno de los voluntarios de la asociación de Bluff que colabora en la preservación de la tortuga marina empezó a hacer parpadear su luz roja, la señal que habíamos pactado si llegaban a avistar una tortuga.
Cuando llegamos, emocionados, ya había empezado el proceso de reproducción. Los voluntarios de la Asociación Anaboca, que se encargan de la preservación de las tortugas marinas en Bocas del Toro, nos informaron que se trataba de una tortuga carey. Bastante Grande. De más de un metro de longitud.
Pacientes, esperamos hasta que la tortuga entró en ese estado de trance que alcanza cuando empieza a poner sus huevos. Esas esferas perfectas, relucientemente blancas y con una forma similar a una pelota de golf, iban saliendo una tras otra, mientras la mamá movía la cabeza y la cola de forma acompasada, como si fuera un ritual. Haciendo fuerza para cumplir su cometido lo más rápido posible y poder tapar el agujero de más de medio metro de profundidad para volver a las profundidades marinas. Aunque el proceso completo no es rápido. Como mínimo, acostumbra a alargarse más allá de las dos horas.
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Lo que nunca llegará a saber esa tortuga carey es que el lugar que estaba enterrando con sus patas traseras ya no estaba ocupado por los más de 100 huevos que había puesto. Los chicos de la asociación se encargaron de poner una bolsa estratégicamente para que todos y cada uno de los huevos fueran cayendo allí. Y justo en el momento previo al final del trance la levantaron para llevárselos y poderlos enterrar en un lugar más seguro.
Nos preguntábamos el porqué. ¿Por qué no habrían dejado a esa atareada mamá que dejara sus huevos donde le pareciera mejor? ¿Qué hay más sabio que la naturaleza? ¿Acaso no debía ser el lugar adecuado? Al preguntarles nos confesaron que las tortugas carey son las más apreciadas por los cazadores furtivos, tanto por los huevos como por las propias tortugas, que durante años se han utilizado para comer y también para realizar artesanías con su caparazón.
«Si no estuviéramos pendientes, en muchos casos los furtivos se llevarían todos los huevos y hasta la tortuga», nos explicaron mientras acababan de tomar las notas descriptivas.
Paradójicamente, la misma bolsa plástica que causa estragos entre las tortugas y tantas otras especies marinas, serviría para preservar -al menos de momento- las vidas de todas esas tortuguitas que están todavía por nacer.
Tras felicitar a los voluntarios por su tarea, marchamos contentos por haber visto un espectáculo tan increíble de la naturaleza. Al mismo tiempo, mientras caminaba sentía una cierta tristeza por ver la capacidad destructiva del ser humano. No es algo nuevo. Al contrario. Los humanos tenemos todos los récords de destrucción del planeta desde que empezamos a dar los primeros pasos. Reconforta, al menos, saber que todavía hay una parte de la humanidad que ama y protege este excepcional mundo en el que vivimos.
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