Desfile de silleteros, mucho más que arte floral

Hay un lugar en el mundo donde sus habitantes cultivan flores durante todo el año. Las montañas, siempre cubiertas de un verde profundo, rodean este pueblo habitado por gente alegre y acogedora. La primavera está siempre presente y las plantas crecen en las fincas de los campesinos para convertirse en un crisol de orquídeas, lirios, pensamientos, margaritas y otros cientos de variedades que llenan el ambiente de vida y color.

De generación en generación, los habitantes de Santa Elena han trabajado la tierra y han transportado las flores, la madera y todo lo que les ha obsequiado la madre tierra con unas estructuras de madera a la espalda, apoyadas en los hombros y la cabeza: las silletas. En este medio de transporte, los campesinos encontraron la mejor manera de sortear los caminos de montaña y conseguir los recursos naturales que necesitaban para su día a día.

Con el paso del tiempo este duro trabajo se fue transformando en tradición y los campesinos de Santa Elena fueron convirtiendo la labor de cultivar, cosechar y transportar las flores en un auténtico arte. Un 9 de agosto de hace 58 años se hizo el primer desfile de silleteros, que se ha ido ampliando hasta la actualidad, convirtiéndose en uno de los eventos más relevantes de Colombia.

En el último desfile, que hemos tenido la suerte de presenciar, hasta 500 silleteros de Santa Elena se han lanzado a las calles de Medellín, rodeados de unas 900.000 personas venidas de todas partes para vivir una experiencia realmente emocionante, en la que se rinde homenaje a los campesinos de Santa Elena y su labor floral. En este año 2015 están de enhorabuena, ya que los silleteros han sido declarados patrimonio cultural e inmaterial de la nación.

El arte de los silleteros se ha ido ampliando, pasando de las tradicionales silletas a estructuras circulares de más de 2 metros de diámetro que pueden llegar a pesar hasta 80 kilos y contienen complejas imágenes y reflexivos mensajes. Es una experiencia única ver a estos hombres y mujeres -desde niños que a penas levantan unos palmos del suelo hasta abuelos que superan los 80 años- haciendo el esfuerzo de transportar semejantes obras de arte durante más de tres horas con la pasión de mantener una tradición centenaria.

Son 2,4 kilómetros en los que los silleteros, ataviados con sus sombreros aguadeños y sus carrieles jericoanos -un bolso típico de la zona- recorren el centro de Medellín recibiendo los mensajes de afecto y el aliento de todo el público. Dos kilómetros y medio de orgullo para una gente que ha estado preparando este momento durante todo el año. Seleccionando las flores que sembrarán, cultivándolas y recogiéndolas para colocarlas, una a una, en sus estructuras monumentales.

Tras hacer algunas fotos del desfile, no pude sino colocarme la cámara a un lado y aplaudir a cada uno de los silleteros, dándoles ánimos para ayudarles terminar el recorrido. Algunos, unos pocos, llegan sonrientes y relativamente frescos, para llevar casi dos kilómetros recorridos hasta el lugar donde nos encontramos. Otros llegan exhaustos. Pero todos se levantan cuando escuchan los aplausos y cuando reciben los ánimos del público. Ya queda menos para llegar a la meta. Entonces lo celebrarán con la familia, descansarán algunos días y emprenderán de nuevo el proceso para tener las flores a punto para la próxima edición del desfile. Toda una vida dedicada al campo y a las flores.

Retratos de un desfile de silleteros

Desde el espacio destinado a la prensa, tuve la oportunidad de inmortalizar algunos retratos de un desfile de sillteros que en algunos momentos consiguió emocionarme profundamente. Especialmente en los primeros compases del evento, en el que pasaron por delante nuestro algunos de los pioneros del desfile, campesinos de 80 o más años que estuvieron allí desde el primer momento y, a su edad, siguen transportando cada año sus silletas para mantener una tradición que va mucho más allá del arte floral.

La emoción de ver a una persona exhausta, tras recorrer dos kilómetros de desfile con un peso de unos 60 kilos a su espalda, tal vez sin haber dormido prácticamente nada la noche anterior, cambiando su expresión al escuchar los gritos de ánimos del público. Ver como levanta la cabeza y te agradece con los ojos que reconozcas su tradición, su labor de campesino, de artista, de luchador… Difícilmente pude hacer una foto y quedarme impasible tras la cámara ante semejante retrato. Cámara a un lado y a dejarse la voz para animar y aplaudir a estos embajadores de Antioquia y de Colombia.

Uno de los retratos me inspiró la serenidad de aquel que sabe que está haciendo lo correcto. La tranquilidad del trabajo bien hecho. Debajo del sombrero aguadeño y de la silleta llena de flores camina una mirada reflexiva que mira a su alrededor, satisfecha de su labor en el mundo.

Y finalmente me cautivaron también las miradas de los más pequeños. Algunos no dejan de sonreír en todo el desfile. Otros levantan la cara y hacen el esfuerzo de regalar una sonrisa al público mientras soportan el peso de su primera silleta. Son los niños que seguirán la tradición de sus padres y sus abuelos y que posiblemente, algún día, llevarán el desfile de silleteros hasta los más elevados reconocimientos, cuando sea considerado patrimonio de la humanidad.

Una frase para la reflexión

Todas las silletas me parecieron trabajos impresionantes, que combinan el buen gusto artístico con el arte floral. Las que más me llamaron la atención fueron las silletas emblemáticas, que además de representar una o varias imágenes en tres dimensiones llevan escrito un mensaje para la reflexión.

Entre todas ellas me impactó especialmente una que decía: «Despierta. Aún estamos a tiempo». Un despertar tan necesario… Cuando las balas se sustituyan por las flores. Cuando el consumismo despiadado se convierta en cooperación. Cuando nos demos cuenta de que la felicidad no se encuentra en lo material… ese día tal vez empezaremos a despertar como sociedad. Mientras tanto, disfrutaremos de los mensajes, la belleza y las emociones que nos regalan los campesinos de Santa Elena.

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