El día que la Saioneta dijo basta (2/3)

Dos de los tres meses que pasamos en Medellín estuvimos de taller en taller y pidiendo una grua tras otra para arreglar unos problemas mecánicos que no sabíamos cómo se habían producido ni cómo arreglarlos. Y lo peor de caso es que en los talleres donde fuimos tampoco lo sabían.

Todo empezó después de que la Saioenta hiciera un ruido realmente espantoso. El técnico de un taller especializado en neumáticos del barrio de Industriales le cambió el aceite, le puso el nuevo filtro, y cuando fue a poner en marcha el vehículo empezó a sonar como si algo se le hubiese roto dentro. Marta y yo, que escuchamos el sonido desde fuera del taller, fuimos de prisa para saber qué pasaba. Y nos dieron una justificación que sonaba a excusa, diciéndonos que era normal, que todavía se tenía que llenar el filtro y debía colocarse todo en su lugar.

Pero a nosotros no nos pareció nada normal. Habíamos cambiado el aceite decenas de veces y nunca había hecho un sonido similar.

Cuando terminaron, volvieron a arrancar la furgo y nos pareció que sonaba bien, así que tomamos el camino hacia la casa de nuestros anfitriones en el barrio Laureles de Medellín. Algunos kilómetros después de salir del taller nos dimos cuenta de que alguna cosa no acababa de ir bien. El motor de la Saioneta hacía un ruido mucho más fuerte de lo normal. Parecía como si estuviera conduciendo un camión! El ruido rebotaba contra las vallas de la carretera y nos retornaba como si nos diera bofetadas. En ese momento empecé a pensar que podíamos tener un problema grave con la Saioneta. De todas formas llegamos hasta la casa y aparcamos delante. No podía ser tan grave. Sólo le habíamos hecho un cambio de aceite!

El día siguiente, la furgo todavía arrancó a la primera. Pero el día que seguía se negó a ponerse en marcha. Una ola de pesimismo pasó por mi ser y por primera vez, llegué a pensar que podíamos haber roto el motor.

Aconsejados por un amigo de Uriel, nuestro anfitrión en Medellín, fuimos a un primer taller donde el mecánico, que estaba bastante ocupado y con pocas ganas de atendernos, tardó poco en darnos largas. El mismo amigo nos dio la opción de llevar la furgoneta hasta su finca y buscar un mecánico que fuera hasta allí, pero teníamos que esperar unos días, así que fuimos a un taller cercano. El mecánico vino dispuesto a arrancar la furgo con unas pinzas y muy buena voluntad. Lo intentó decenas de veces, hasta que desistió y pedimos una grúa para llevarla hasta el taller y mirarlo con más calma.

La posibilidad de que el cambio de aceite hubiese provocado los problemas mecánicos la descartó rápidamente. Qué relación podía haber entre el aceite y el encendido del vehículo? La batería tampoco era el problema, ya que le habíamos puesto las pinzas y tampoco quería ponerse en marcha. El mecánico miró y remiró hasta que encontró un posible indicio. La correa de accesorios se había deshilachado y los residuos habían ido a parar a la correa de distribución, que habíamos cambiado recientemente para evitarnos sorpresas. Pero de poco sirvió. Al contrario, cuando se estropeó la primera correa, la segunda se corrió dos dientes, dejando el sistema a destiempo.

Intentaron ponerla a tiempo, y parece que lo consiguieron, pero sin éxito. La furgoneta seguía sin arrancar y tiraba un humo denso cada vez que lo intentábamos, así que el mecánico nos pidió una grúa y nos recomendó un taller de Barrio Triste para que nos mirase la bomba de combustible. Nos vio tan contrariados por el hecho de tener que pedir dos grúas en un sólo día, sin saber si realmente nos podrían solucionar el problema, que nos pagó el servicio y nos despidió deseándonos buena suerte… Pero finalmente, la recomendación resultaría ser nefesta…

La situación no dejó de ser surrealista hasta última hora. Con las prisas, nos pasó una tarjeta con una dirección de un lugar que no era. Y cuando llegamos con la grúa nos dijeron que allí era la rectificadora, mientras que nosotros debíamos ir al laboratorio, que ya debería de estar cerrado a esas horas. Efectivamente, cuando llegamos a Barrio Triste, el taller ya estaba cerrado y las calles estaban oscuras como la boca del lobo.

Barrio Triste es la mayor zona de venta de piezas de automóviles de la ciudad, y una de las mayores de todo Colombia. Es un barrio de mecánicos. No es el típico lugar que te da confianza para dejar la furgoneta durante la noche, y menos todavía para quedarte a dormir. Se trata de una barrio sucio y oscuro, que hace honor a su nombre. La grasa corre por las aceras, que durante el día están ocupadas por vehículos que se están arreglando o piezas que se están armando. Y de noche hay una calma extraña.

El barrio, especialmente de noche, no nos transmitía ninguna buena energía, así que le pedimos al conductor de la grúa si podía dejarnos en algún parking o estación de servicio. Pero ni había aparcamientos cercanos ni nos dejaban quedarnos en la gasolinera. Parecía que la única opción pasaba por dejar la furgo delante del taller, si no queríamos tener que volver a casa y pedir la tercera grúa en dos días para volver hasta aquí de nuevo al día siguiente.

Marta no tenía ninguna intención de quedarse a dormir en ese barrio y tampoco teníamos claro que quisiéramos dejar la furgo. Viendo nuestra preocupación, el conductor de la grúa nos dijo que no nos preocupáramos que aunque en ese barrio «hay mucho vicio», es uno de los mejores vigilados de la ciudad. Y nos indicó que justo delante del taller, a un lado, había uno ejes de camión y otras piezas costosas.

-Hay vigilantes toda la noche, y cada cual tiene su zona asignada- me comenta.

– Pero hasta qué punto serán fiables- le respondo.

– No te preocupes, que aquí hay mucho vicio, pero nunca pasa nada, porque están los vigilantes, y los que pagan a los vigilantes se encargan de que aquí todo esté tranquilo. No interesa tocar nada de este barrio, ya que si lo hacen los ladrones se la juegan.

Sin acabar de tener muy claro si dejar la furgo en un barrio protegido por las leyes de cuatro matones es bueno o malo, nos decidimos a dejarla allí y volver mañana. Hablamos con el vigilante, le pagamos una propina por avanzado y le pidamos que nos cuide bien nuestra casa con ruedas.

– En los 30 años que llevo vigilando no han robado ni un coche- nos asegura mientras marchamos mirando la Saioneta con pena.

Esa noche no dormimos demasiado bien, lejos de la Saioneta, que habíamos dejado en ese barrio tenebroso y repleto de historias oscuras. Antes de que abriesen la puerta ya estábamos allí, más tranquilos después de verla entera delante del taller.

Cuando intentaron arrancarla por primera vez, y después de explicarles los inconvenientes mecánicos que habíamos tenido, nos pareció extraño la rapidez con la que detectaron que se trataba de un problema de la culata. Pero pensamos que los técnicos eran ellos, y que ellos debían de tener claro por qué no arrancaba la Saioneta. Además, tenía un cierto sentido que el descuadre de los tiempos pudiera haber creado algún desajuste en los pistones o las varillas. O al menos, eso pensábamos nosotros.

Antes de marchar del taller, Marta monta una especie de templete improvisado delante de la furgo, con una foto de María Gay Tibau, un miembro lejano de su familia que está en vías de ser declarada santa, y Patagón, el pingüino de peluche que nos regalaron en la Patagonia. Sólo nos quedaba encomendarnos a San Pistón, el nuevo santo incorporado a nuestro santoral particular, y esperar que al día siguiente las noticias fuesen buenas.

Le sacaron la culata, la llevaron a la rectificadora, y en un primer momento no le vieron nada especialmente complicado. Tan sólo habían encontrado los sellos de las válvulas en mal estado, así que sólo había que encontrarlas y cambiarlas. Cuando al día siguiente pasamos por el taller y le dijimos a la persona que nos atendía que, por suerte, parecía que se trataba de una reparación menor, nos miró con cara de poker y nos dijo que subiéramos al segundo piso para hablar con los operarios.

Allí nos informaron de que, después de limpiar la culata, habían detectado unas grietas que, según nos dijeron, podían indicar unos daños irreparables o especialmente costosos.

«Tenemos que hacerle la prueba de compresión. Si no la pasa habría que cambiar la culata entera», me informa un técnico.

En los últimos días había llegado a pensar lo peor, pero hasta ahora confiaba que aunque tuviéramos un problema en el motor, posiblemente sería reparable. Ese día, por primera vez, empecé a imaginarme teniendo que importar una culata desde Alemania, una perspectiva que no me hacía ningún tipo de gracia.

Pero finalmente la culata pasó las pruebas de temperatura y de presión. Cuando vi que todo estaba bien, casi me pongo a llorar de la emoción. No tendríamos que importar ninguna culata…

Pasaron la culata por un proceso de raspado y después le recolocaron las 10 válvulas, cuadrándolas una a una en un proceso de auténtica precisión, y finalmente les pusieron los sellos nuevos. Como siempre, la reparación coincidió con un puente, así que deberíamos esperar unos cuantos días hasta que la tuvieran a punto.

Una semana después de llegar la furgo a ese taller nos entregaban el vehículo, ya en marcha, para poder continuar nuestra ruta por Colombia. Pero, al día siguiente, se cumplieron nuestros peores presagios, y no se puso en marcha.

Toda la semana había sido bastante confusa en relación a la reparación. Un día nos decían que ya estaba, al día siguiente surgía un nuevo problema que no sabíamos exactamente cual era. Y en ningún momento nos quisieron decir cuál sería el presupuesto, alegando que no sabían cuál era la dimensión del problema o pasándose la patata caliente de un departamento al otro.

En algún momento empecé a pensar que nos podían cobrar lo que quisieran en el caso de que no fueran gente honrada, ya que había llegado el momento de pagar y no teníamos ni idea de cuanto nos costaría. Así que antes de recoger la furgoneta llamé para pedir una vez más el presupuesto. Y me respondieron que serían 2 millones de pesos colombianos! Unos 600 euros al cambio! La cifra me pareció una barbaridad, así que hablé con otro mecánico que me confirmó que, como mucho, debería de costar la mitad.

No nos podíamos permitir una cifra tan elevada, pero tampoco podíamos plantarnos allí y decirle al mecánico que no íbamos a pagar esa cifra, así que fuimos a hablar con el jefe y le propusimos hacer un trueque parcial: hacerle alguna publicidad a través de nuestros vídeos a cambio de que nos redujeran el precio a 1 millón. Para nuestra sorpresa, el hombre accedió sin ponernos demasiados problemas.Y la furgo llegó, ya prendida, hasta el taller donde estábamos. Fuimos con ella hasta el otro taller para pagar la factura que, de forma muy sospechosa, además de todas las horas de trabajo y las piezas, tenía una partida de un millón extra por mano de obra. Además, el piloto del airbag salía encendido. Pedimos a uno de los técnicos que lo revisara, pero nos dijo que no tenía manera de sacar la lucecita.

Cuando ya habíamos pagado el millón y nos disponíamos a salir, el técnico nos dice que nos acerquemos y nos confiesa que el día anterior la furgoneta «arrancó muy dura», así que era posible que tuviéramos algún problema para ponerla en marcha. Nos da un spray para ponerle en la culata en el caso de que no prenda y nos dice que habría que regular la chispa, pero que ellos no tienen las herramientas para hacerlo. Que se trata de un tema menor que nos pueden hacer en otro taller con un coste mínimo.

Yo no me podía creer que nos entregaran la furgoneta diciéndonos que tal vez no arrancaría al día siguiente, pero en ese momento poco podíamos hacer. Esperaríamos a ver qué pasaba y en todo caso ya volveríamos.

Cuando quisimos volverla a poner en marcha, se volvió a negar. Y lo peor del caso es que nada tenía que ver con la regulación de la chispa ni nada que se le pareciera. Simplemente, nos habían estafado. Nos habían dejado una furgoneta que no funcionaba y seguíamos sin saber por qué. Revisaron la culata y cuando se encontraron que la furgoneta seguía sin prender en frío, nos la devolvieron tal y como estaba. Y aun suerte que no accedimos a pagar el precio que nos pedían inicialmente…

Estábamos como el primer día, pero con menos tiempo para estar en Colombia y con 300 euros menos en los bolsillos. Y esto sólo era el inicio de todo el proceso. Os explicamos el desenlace de esta historia en el próximo post de Furgo en ruta.

Clica aquí para leer la primera parte de esta historia.

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2 comentarios en “El día que la Saioneta dijo basta (2/3)”

  1. Hola Virginia!
    Gracias por los ánimos. De momento, parece que la furgo volvió a ponerse en marcha, así que esperemos que a nuestra vuelta a Colombia en el 2016 siga a punto para volver a la ruta.
    Un abrazo muy grande!!!

    Chicosss! Los leo y me pongo en vuestro lugar recordando los problemas mecánicos que tuvimos con el Forastero y se cómo se siente. A la distancia, en tiempo y en espacio, les puedo decir que sigan adelante, que sigan buscando fuerza para afrontar estos “problemas”. Todo tiene solución menos la muerte, así que… ánimo! Ya pasará estos momentos “adversos” y pasarán a ser anécdotas. De seguro, en nuestro próximo encuentro, nos contarán todo esto riéndose. 🙂 Muchos abrazos de parte de los cuatro! Besos. :

  2. Chicosss! Los leo y me pongo en vuestro lugar recordando los problemas mecánicos que tuvimos con el Forastero y se cómo se siente. A la distancia, en tiempo y en espacio, les puedo decir que sigan adelante, que sigan buscando fuerza para afrontar estos «problemas». Todo tiene solución menos la muerte, así que… ánimo! Ya pasará estos momentos «adversos» y pasarán a ser anécdotas. De seguro, en nuestro próximo encuentro, nos contarán todo esto riéndose. 🙂 Muchos abrazos de parte de los cuatro! Besos. :

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