Cuando llegamos al Maitén, atraídos por la posibilidad de viajar por la Patagonia en un tren a vapor de los años 20, no pensábamos que encontraríamos tantas historias y experiencias ligadas a unos raíles que han marcado las vidas de la gente de toda una región.
Después de medio siglo recorriendo la provincia de Chubut, en un trayecto que llegó a unir los 402 kilómetros que separan Esquel de Ingeniero Jacobacci, a finales de los 90 empezaron a ofrecer dos trayectos turísticos cortos que permitieron mantener viva la llama del viejo expreso patagónico, denominado cariñosamente la Trochita por el reducido ancho de vía de 75 centímetros.
El camino por la extensa estepa patagónica es un viaje en el tiempo. Sin demasiadas comodidades, sin prisas, la Trochita continua avanzando a una velocidad de unos 30 kilómetros por hora, mientras los visitantes no paran de hacer fotografías en cada curva.
En el Maitén se mantiene el taller donde un grupo de 15 personas reparan las piezas y las reconstruyen cuando hace falta, como lo hicieron sus padres y sus abuelos, un trabajo que también se ha quedado congelado en el tiempo. «En algún sitio del mundo alguna persona sueño en hacer lo que nosotros hacemos: reparar locomotoras del 1922», nos asegura uno de los responsables de la línea ferroviaria tras mostrarnos las instalaciones.
Durante nuestra estancia en el Maitén coincidimos con una familia viajera que está presentando un libro sobre la Trochita. Ya nos habían hablado de ellos, de manera que el encuentro inesperado nos encantó. Ezequiel y su familia, que escriben un libro después de cada viaje que hacen por la Patagonia, nos contactan con Mundo, un ex-maquinista que nos hará comprender mejor lo que se esconde detrás de la Trochita y de la vida.
Después de toda una vida dedicada al tren, Mundo nos confiesa que su sueño es viajar por el mundo en un vehículo camper. Nos explica mil anécdotas sobre la Trochita, que le salvó la vida a su hijo, se llevó la de algunos amigos y le tuvo en varias ocasiones encima de la delgada línea que separa la vida de la muerte. Antes de marcharnos, se despide con estas palabras: «No dejes que el miedo paralice tus sueños».
Este capítulo ha contado con la preciada colaboración del personal de la Trochita, de Mundo y de Libros de viaje.